martes, 4 de septiembre de 2012

¿Buen viento y buena mar? - Alfredo Vanín


¿Buen viento y buena mar?
Alfredo Vanín
La de Buenaventura ha sido siempre una historia de heroísmos para la sobrevivencia de la mayoría anónima de su población, dedicada a los oficios más diversos para costearse el orgullo de vivir en un puerto y la dignidad de ser herederos de una lucha sin tregua contra el destino, la discriminación y la pobreza.

“El bastión de las carencias materiales”, la llamé alguna vez, en un artículo que destacó la revista Arcadia. Pero no de carencias culturales y simbólicas ni de inteligencia y personalidad social. Buenaventura ha sido siempre uno de los pueblos más golpeados, más explotados y engañados, pero sigue manteniendo en alto la única esperanza de toda sociedad humana: que los tiempos cambien. Aunque en el caso nuestro, empeoran siempre, como en todo el Pacífico.

La antigua obsesión que dominaba los discursos oficiales sobre el “desarrollo de la costa pacífica” hizo crisis ante la evidencia de un desarrollo basado en la explotación del otro, en su discriminación y falta de oportunidades y en la destrucción de la biodiversidad, sin la cual nuestros pueblos afropacíficos e indígenas quedan desvalidos para suplir sus necesidades básicas y simbólicas. Desde que tengo memoria –y lo recuerda también el científico Raúl Cuero en su libro autobiográfico De Buenaventura a la Nasa- la gente de Buenaventura ha sufrido la discriminación. Los mejores puestos siempre correspondieron a los provenientes del interior del país, y más exactamente a gente que no tenía mucha melanina en su piel.

Ahora no puede decirse que no haya afros en el poder, porque los municipios están manejados por alcaldes nativos, al igual que los consejos municipales, e incluso instituciones estatales que antes parecían inaccesibles para los afropacíficos; pero salvo excepciones honrosas,  las cosas no han cambiado mucho. La mayoría de los políticos y gobernantes regionales  gozan de vicios de corrupción que no son posibles de  explicar sin que se sienta la falta de conciencia y sensibilidad social ante un pueblo que ha sufrido despiadadamente la pobreza y la exclusión.  Incluso algunos líderes de comunidades negras –subrayo: algunos, porque conozco gente honesta-  han caído en la mentalidad individualista de jugarse “lo suyo”, en clara alusión a los recursos que deberían servir para adelantar los proyectos de vida y la capacidad política de decisión de las comunidades.

Para colmo, los cultivos ilícitos de coca, en contubernio con nuestra posición estratégica para el contrabando, trajeron una violencia de nuevo cuño que ha destrozado los tejidos sociales, productivos y organizativos de las comunidades afros e indígenas, reduciendo el territorio a un vasto centro de operaciones criminales, de desplazamiento masivo,  a monocultivos de banano en el Urabá, de coca y  palma africana en territorios antes dedicados al aprovechamiento sostenible por parte de los grupos humanos ribereños.   
Donde había unas comunidades con sus infaltables conflictos internos, hay ahora grupos narcos  dispuestos a cualquier estrategia para mantener monocultivos, desarticular procesos comunitarios y desalojar a la gente, cumpliendo además con el mandato de la guerra colombiana y del capitalismo salvaje de monopolizar la tierra, los recursos de los entes territoriales, de la salud, y también de la biodiversidad: suelo, subsuelo, agua, genes, y  productos elaborados por la naturaleza.

Para que haya auténtico desarrollo, éste debe impulsarse desde adentro. El estado es un instrumento de apoyo y regulación, pero no debe ser considerado una madre inagotable ni un padre que decide los rumbos de cada comunidad. Pero ese desarrollo debe tener  un balance entre la cultura, el territorio, la comunidad y sus relaciones con los ecosistemas. La formación de hombres y mujeres en sus territorios y comunidades debe considerarse como un proceso esencial para el futuro. 

Y para colmo, el centro de formación regional más importante, la Universidad del Pacífico, viene sufriendo conmociones y crisis desde sus inicios. El viejo proyecto, cristalizado por fin en un centro universitario regional, con sede principal en Buenaventura y subsedes en Tumaco y Guapi, se resiente de los manejos financieros dados a la Universidad que la tienen doblegada y sin posibilidades de sacar adelante un programa que muchos alumnos, profesores y  sus directivas han forjado de manera conjunta. La Universidad fue creada por ley de la nación como universidad pública. Ningún proyecto como éste es individual ni puede ser obra  de un solo grupo, sino que debe trabajarse como un programa colectivo, en el que las comunidades tengan asiento, como lo demostró hace poco la reunión con los consejos comunitarios en el Campus de la Universidad, que le pertenece a sus comunidades, padres de familia y estudiantes que ahora pueden acceder a la educación superior en su propia tierra.

Las investigaciones oficiales ya comenzaron en la Universidad del Pacífico,  de manera que tendrá que aclararse como han sido esos manejos desde la creación de la U. hasta la renuncia del anterior tesorero. La U. está nadando en poca  agua y la academia está  entorpecida por la falta de recursos, mientras se le hace una guerra mediática a uno de nuestros mejores investigadores, me refiero a l doctor Santiago Arboleda, director Académico de la Universidad, comprometido con el Pacífico y la realidad afrocolombiana, en una jugada a tres bandas que pretende desestabilizar a la institución para adueñarse de ella y  jugar a una universidad personalizada, ahondando la crisis que aprovecharía el sistema educativo para engullirla y desaparecerla.

Los antiguos marineros, navegadores con sextantes, exclamaban siempre: “¡Buen viento y buena mar!”. Todavía hay un amigo que me despide siempre de esa ilustre manera, una expresión petrificada en el tiempo de los veleros, contrastada con esta tecnología de navegadores por satélite. Pero esta no es la expresión que pueda dedicarse ahora a la vida en Buenaventura, aunque no perdemos las esperanzas de que resucite la conciencia social comunitaria y la solidaridad de hombres y mujeres logre el despegue contra la marginalidad y la corrupción y los rezagos coloniales.  

Alfredo Vanín

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